¿Es el final de los buenos precios?
Soja y maíz han tomado en Chicago un camino descendente apoyado en fundamentos bajistas y la postura de los fondos. Hacia delante nuestros precios serían sensiblemente menores, aunque el clima todavía no ha dicho su última palabra.
Antes de que se enoje, la caracterización de "buenos precios" se refiere a los valores internacionales, que son los mismos que cobran nuestros vecinos. Que no lleguen ni remotamente al bolsillo del productor argentino no les quita esa condición ni impide que sean la base de cualquier análisis en todo el planeta.
Aclarado el punto, mientras nosotros vivimos alucinados detrás de la inflación, las medidas incoherentes del gobierno, la falta de un volumen básico de divisas para atender la operatoria privada y otras bellezas por el estilo, en el mercado global de granos están pasando cosas que pueden marcar el fin de una etapa y el comienzo de otra menos favorable para nuestros intereses. Los números de Chicago indicarían un escenario para la gruesa que tiende a ser menos amigable en materia de precios.
La historia es conocida. Entre la demanda china, la guerra en Ucrania, la inflación generada en el mundo desarrollado por la emisión destinada a sostener a la población durante la pandemia, e inconvenientes climáticos en naciones clave para la producción de granos en el mundo, los precios de la soja y el maíz se fueron muy arriba, al igual que el valor de los aceites vegetales. En realidad, llevados a dólares constantes no alcanzaron el brillo de aquellos números que perdimos a manos de la zonza Resolución 125, pero de ninguna manera se los puede menospreciar.
El punto es que el tiempo pasa, las cosas se fueron acomodando y los fundamentos empiezan a estructurar un escenario distinto para el negocio global. Ucrania encontró el corredor de granos, que acaba de renovarse por dos meses hasta el 18 de julio y difícilmente deje de funcionar al menos en el mediano plazo: Rusia sería condenada por ello y recibiría castigos aún más pesados que los que ya le ha aplicado Occidente. Bien o mal, el poderoso Mar Negro vuelve a ser una enorme fuente de granos baratos.
La pandemia pasó y las naciones serias del planeta han tomado medidas para reducir el circulante en exceso que debieron crear. Lentamente le van ganando la pelea a la inflación. Estados Unidos, por caso, ya la redujo en un 50%. Desde luego la movida puede tener como consecuencia algún grado de recesión en la economía de este país, lo cual tampoco juega a favor del precio de los commodities.
China ya no muestra la desesperación por captar soja y maíz que expresaba hace un año o algo más. Existen evidencias de que por una u otra razón, hoy no presiona excesivamente al mercado por hacerse de ambos granos. Es más, anotó maíz estadounidense y lo está cancelando en cuotas, ya que apareció otro oferente más barato. Y en cuanto a la oleaginosa, Beijing está subido a la idea de reducir como fuere su dependencia de las importaciones.
Nos queda el clima. La conjunción de desaguisados en términos de lluvias y temperaturas durante varias temporadas parece haberse aplacado. En algún momento de las últimas campañas Canadá, la Argentina, Brasil y el mismísimo Estados Unidos han tenido pérdidas importantes. Pero eso parece haber terminado. Hoy asistimos a una gran cosecha de soja y maíz en Brasil, que sería seguida por un volumen muy importante en Estados Unidos y luego por otra gran producción sudamericana de la mano de El Niño, para beneplácito de la demanda.
Esta conjunción es la que tienen frente a sus ojos los inversores en Chicago, lo que los empuja a retraerse. Así han abandonado una importante posición comprada neta en maíz para pararse exactamente del lado contrario. Y en soja han recortado severamente su apuesta positiva de cara al futuro.
¿Es cosa juzgada? De ninguna manera. Estados Unidos debe atravesar el temible mercado climático, es decir los periodos críticos en soja y maíz en que toda esta historia puede cambiar. Pero por ahora las siembras en el país de las barras y las estrellas marchan sobre rieles. Es la primera vez en muchos años que el farmer logrará implantar maíz dentro de la ventana óptima; no define nada, pero es un muy buen primer paso. Algo parecido puede decirse de la soja.
En el último Forum del USDA, el economista jefe Seth Meyer ofreció su mirada de cara al año comercial 2023/24. "Se espera que los precios bajen desde los máximos de 2022/23, pero seguirán siendo rentables", aseguró. El tiempo parece darle la razón.
Jamás hay que perder de vista que el campo es una industria a cielo abierto. Los productores lo saben perfectamente. Pocos factores tan omnipresentes como el clima, que puede dar vuelta la página cuando se le antoja, transformando la bonanza en preocupación y viceversa.
Por ahora, el balance global no arroja motivos para pensar en mermas de producción, más bien lo contrario. Estados Unidos y la Argentina tendrán un saldo pobre en trigo, pero a Rusia y Australia les sobra volumen para tapizar el planeta. La Argentina tuvo pérdidas catastróficas en soja y maíz, que Brasil se encargó de enviar a un segundo plano, poco trascendente.
La ecuación mencionada para el futuro de la soja hace pensar en precios para el poroto en Chicago entre USD 70 y USD 90 debajo de las cotizaciones de estos días, si el clima no mete la cuchara y complica los pronósticos. El maíz ha caído a los menores valores en 19 meses y es muy probable que aun no haya terminado el derrotero negativo.
Además de algún inconveniente climático en julio/agosto en Estados Unidos -para algunos la única opción que nos queda para zafar de un gran volumen de oferta global-, hay otros dos temas que pueden ayudar a opacar la impronta negativa que se percibe. Por un lado el boom del diesel renovable y su empuje sobre la demanda de soja en Estados Unidos. Y en lo local cosechar con un nuevo gobierno, con una economía que apunte a dejar atrás los actuales disparates y una actitud oficial que termine con la agresión permanente hacia el sector agropecuario. Que se haga.