Demasiados puntos de contacto
Las primeras manifestaciones de Massa como candidato se parecen al discurso de Alberto Fernández. Son difusas, voluntaristas y lejos de los cambios profundos que necesita con urgencia la economía argentina.
Las primeras manifestaciones de Massa como candidato se parecen al discurso de Alberto Fernández. Son difusas, voluntaristas y lejos de los cambios profundos que necesita con urgencia la economía argentina.
Si había alguna sensación dando vueltas por los mercados en el sentido de que con Sergio Mazza se alejaban los riesgos de posiciones extremas respecto de la economía y se esfumaba a la vez el peligro de una continuidad para el planteo de la actual Administración, el acto llevado a cabo el lunes por integrantes de la alianza de gobierno habría despertado viejas pesadillas.
De hecho los papeles argentinos sufrieron y mucho durante el martes, con el Merval bajando 3.7%, y bonos soberanos mayormente en rojo, más una suba del contado con liqui en torno del 4%. Pudo haber sido una casualidad, muy probablemente una toma de ganancias, pero algunos hablan de un impasse tras las imágenes del inicio de la semana en Aeroparque.
Todo comenzó el viernes pasado. El superministro terminó el último fin de semana virtualmente coronado como el hombre fuerte del grupo. Sin embargo, la líder del espacio se encargó el lunes pasado de mostrar una realidad totalmente distinta, probablemente furiosa luego de leer todo tipo de comentarios vinculados con su aparente derrota a la hora de tomar decisiones. Algunos editorialistas la imaginaron de rodillas pidiéndole a Massa que acepte la postulación.
Impertérrita, se dedicó a demostrar brutalmente que Massa había sido congraciado sencillamente porque ella, la persona que más mide dentro del grupo, se consideraba proscripta -aunque de hecho no lo está-. Y en segundo lugar porque no hubo acuerdo entre los dos componentes enfrentados dentro de la entente de gobierno.
Ella quería a De Pedro, el presidente a Scioli, y los gobernadores un postulante unificado, y ante la falta de consenso todos tuvieron que conformarse con el candidato de nadie. Esa pareció ser la descripción de Massa que dio la vicepresidente como mensaje a los seguidores del kirchnerismo, y también al resto de la sociedad. Una solución de compromiso.
Ni una palabra sobre sus posibles cualidades ni sobre la conveniencia de tenerlo al frente de la lista, mientras Massa la miraba con algún dejo de temor. Ahora la sensación es que el hombre fuerte no es tan fuerte como parece, y que la mujer derrotada no está tan derrotada como muchos creían. Es cierto, ha perdido ascendiente dentro del peronismo, pero conserva un poder de daño nada despreciable.
Esto debería tener un correlato inexorable en la economía de corto plazo y en la que podría desarrollar el superministro en caso de acceder a la Rosada. Es cierto, Massa tiene una habilidad especial para girar en el aire y terminar desairando a cada espacio político que ha integrado. Quizás especula con el poder de la lapicera presidencial en caso de conseguirla, pero no parece tarea sencilla.
Para colmo el propio Massa se encargó de asustar a los que lo ven como una opción promercado. En su primer discurso como candidato pareció más que nada preocupado por agradar a la líder, por demostrar que piensa como ella.
A pesar de ser el ministro de Economía desde hace un año, el tigrense habló de dar batalla a los salarios de miseria y la destrucción de pymes, entre otras cosas, fenómenos que se han multiplicado generosamente durante su gestión.
Planteó la necesidad de profundizar la tan meneada e indescifrable distribución de ingresos e hizo referencia a conceptos como soberanía y dependencia (¿el viejo y oxidado "Patria sí, colonia no"?). Responsabilizó al ajuste (se supone que de Macri) por el empobrecimiento de la población, además de la guerra, la pandemia y la sequia. El deja vú es inevitable, hay una enorme cantidad de puntos de contacto con el discurso de Alberto Fernández.
Poco después, reunido con industriales y menos presionado que en Aeroparque, sacó a relucir su habilidad para decir en cada sitio lo que el otro quiere escuchar. Este Zelig moderno afirmó que "los cuatro pilares que nos tienen que guiar en los próximos diez años son el orden fiscal, el superávit comercial, la competitividad cambiaria y el desarrollo con inclusión ". Fantástico, aunque no se entiende por qué no lo puso en marcha durante su estadía en Economía.
Y por las dudas que el núcleo duro lo estuviera escuchando confió que "la obsesión del próximo presidente debe ser el programa exportador, para juntar todos los dólares que Argentina necesita para pagarle al FMI y no volver nunca más a él". Muy Kirchner, por cierto.
En el balance, ni una sola autocritica. Ninguna mención concreta a la necesidad de achicar el gasto del Estado y de terminar con las razones que lo han llevado a emitir moneda de una manera destructiva para el bolsillo de la población y el futuro del país. Cero comentarios respecto de la importancia de reformular un sistema impositivo abusivo.
Así, en su primera aparición como pretendiente al sillón de Rivadavia, Massa sembró serias dudas sobre su condición de candidato promercado. Para colmo se acaba de autorizar un aumento cercano al 120% a los empleados legislativos. Suena muy mal a los oídos de trabajadores que están muy lejos de esos guarismos, y se da de patadas con la necesidad de bajar el gasto del Estado.
En una de esas los inversores van a pensar dos veces el tema y pisar el freno. Los riesgos hacia delante no se han despejado del todo. Aunque no vaya a expropiar propiedades y empresas privadas, aunque no esté pensando en estatizar todo, un candidato que no habla de reformas drásticas debería preocupar, y mucho.