El agronegocio brasileño supera el PBI de toda la Argentina
Décadas de trabajo en condiciones normales, con apoyo de los gobiernos cualquiera sea su signo, con libertad para producir y vender sin quitas injustificadas. La Argentina y sus políticos son la antítesis de lo que ha sucedido en el país vecino.
Décadas de trabajo en condiciones normales, con apoyo de los gobiernos cualquiera sea su signo, con libertad para producir y vender sin quitas injustificadas. La Argentina y sus políticos son la antítesis de lo que ha sucedido en el país vecino.
En una veintena de años se ha convertido en el principal exportador de carne vacuna y soja, y está a las puertas de confirmar que le ha quitado el primer lugar a Estados Unidos como vendedor de maíz. El agro brasileño es reflejo de su potencialidad, pero también de gobiernos que no obstaculizaron su marcha. Entendieron cual es la pieza clave de la economía del país y se dedicaron a potenciarla, a sabiendas de que con eso ganaba toda la población. Es exactamente el camino opuesto que ha venido eligiendo la mayoría de las administraciones en la Argentina, por acción u omisión.
Como resultado de esa política pro-campo, que han respetado unos y otros desde el Planalto, incluso los más populistas, el agronegocio brasileño ha crecido hasta igualar el PBI de toda la Argentina, aunque fuentes del socio del Mercosur aseguran que actualmente se ubica algo por arriba de lo que generamos año tras año. Entre 2002 y 2022, el producto del campo brasileño y sus industrias anexas pasó de u$s 122 mil a u$s 500 mil millones gracias a inversiones masivas en investigación y políticas públicas para el sector.
En Brasil se entusiasman diciendo que el crecimiento de la agroindustria es persistente, y que esa es la primera lección que brinda el agro. Crece siempre, es sencillamente sostenible, derrama beneficios. En 20 años la cosecha de cereales fue de 120,2 millones de toneladas a 310,6 millones, un aumento del 258%. El área sembrada pasó de 43,7 millones a 76,7 millones de hectáreas, con un crecimiento del 76,5%. Hay además contundentes ganancias en materia de productividad.
En 1965 había en Brasil apenas 400.000 hectáreas de soja, produciendo 1.200 kg/ha. Hoy tiene 44 millones de hectáreas, que generan 3.600 kg/ha en promedio. Es cierto, es alta la dependencia de la soja, pero también es verdad que la oleaginosa fue el mascarón de proa que difundió cultivos que se implantaron detrás de ella y hoy tienen vida propia. Son las famosas safrinhas de maíz y de algodón, que se desparramaron de norte a sur de un país surcado por hidrovías, ferrovías y carreteras que unen las zonas productivas con los puertos, en especial los del Arco Norte, rescatados del ostracismo para atender a los chinos. Inversiones hechas pensando exclusivamente en el agronegocio.
"Estamos abiertos al mundo, no tenemos limitaciones de mercado, por lo que este país puede aumentar significativamente la producción actual", subrayan agroempresarios y técnicos. Hay que entender que Brasil tiene 40 millones de hectáreas de pastos degradados que el gobierno pretende recuperar. Es una superficie similar a la de Suecia. Sería una insensatez apostar en contra de este proyecto, algo van a hacer.
Al productor brasileño se lo sostiene con la asignación de recursos para el Plan Safra y el Programa de Garantía de la Actividad Agropecuaria (Proagro). Los funcionarios ligados al sector recorrieron el mundo buscando fertilizantes cuando estalló la guerra en el Mar Negro. Les genera orgullo afirmar que con seguridad jurídica en el campo y el debido apoyo al sector, la agricultura brasileña tiene todo lo necesario para seguir batiendo récords.
La Argentina está en la vereda de enfrente. Castiga al agro con retenciones y un tipo de cambio confiscatorio, amén de un cúmulo abusivo de impuestos nacionales, provinciales y municipales. Todo el cóctel se devora las ganancias del empresario y limita el progreso de un país que debería haberse embarcado en la misma ruta que los exitosos brasileños. Estamos como estamos por estos disparates, entre otras cosas. Es hora de que algún gobernante lo entienda.