Esa costumbre de malgastar nuestro dinero
La actual Administración terminará incrementando la deuda pública hasta casi los u$s 400 mil millones. Siguió el camino de sus antecesores, multiplicando los errores y batiendo un récord en la materia.
La enorme mayoría de los gobiernos que llegaron al poder a partir de 1983 acabaron aumentando la deuda pública, pero el fenómeno se potenció a partir de 2007. De ahí a la fecha ha crecido unos u$s 220 mil millones, más que duplicando lo que habían acumulado todas las presidencias anteriores.
Los números que expone el economista Ramiro Castiñeira, autor del gráfico que ilustra estas líneas, son fiel reflejo de la debacle argentina. En este contexto, la actual Administración apunta a conquistar el podio: en tres años incrementó la deuda en 83 mil millones y según el presupuesto 2023 llegará a 100 mil millones al finalizar su gestión. Si bien el peronismo es responsable del grueso de la deuda acumulada, la oposición también tiene su participación en tamaño desaguisado.
No necesariamente está mal endeudarse, de hecho todos los países lo hacen, siempre y cuando se busque afianzar un objetivo ligado al bienestar y la mejora general de la población que de otro modo no podría alcanzarse, y en tanto se haga dentro de posibilidades lógicas de repago del dinero recibido.
No es el caso de la Argentina. Mantener un déficit abultado es deporte nacional, tanto primario como en el financiero, que incluye los pagos de intereses capitalizados y no pagados. Está ligado al clientelismo, la necesidad de conservar la fidelidad de un votante que todavía no ha internalizado la gravedad del asunto. Va de la mano del atraso cambiario y la destrucción del peso, de un círculo vicioso que genera votantes cada vez más pobres y cada vez más cautivos.
Desde luego que no es popular tomar medidas drásticas para cambiar el rumbo de los acontecimientos, pero hay que hacerlo. Y el primer paso es estar convencido de que es imprescindible revertir los desequilibrios de la macro. Durante los últimos tres años se ha acentuado la dependencia del financiamiento de los compromisos del Tesoro en el mercado doméstico, principalmente de instituciones del Estado, como la Anses, mediante el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS), el Banco Nación, y los saldos de caja de las empresas públicas -pese al rojo creciente que las caracteriza-. También caen en la volteada inversores institucionales, como las compañías de seguro y Fondos Comunes de Inversión que deben mantener una proporción de sus activos en títulos públicos.
La deuda tiene un origen que no admite dudas: el déficit fiscal. Con sus más y sus menos todo lo que se ha intentado en las últimas décadas no ha hecho más que alimentarlo irresponsablemente. Ya no alcanza con sostener una presión impositiva abusiva. El peso del Estado es demoledor y una economía con un alto nivel de intervencionismo acaba transformándose en una aliada insobornable de todo tipo de gastos desmedidos. Es ley que cuanto más regulaciones más grandes son los fugas de dinero.
Castiñeira entiende que más allá de los cuestionamientos al modelo, la génesis de nuestros males actuales parten del momento en que la Argentina perdió el superávit fiscal en 2009; desde entonces el Estado Nacional acumuló un déficit fiscal del 57% del PBI en sólo 14 años. A precios de hoy es equivalente a u$s 340.000 millones (a un promedio de u$s 24.000 millones por año).
Para financiar este inmenso rojo fiscal, Cristina Fernández de Kirchner expropió el ahorro privado acumulado en las ex AFJP, y exprimió a la Anses tanto como a las reservas del BCRA. Mauricio Macri eludió ir por una cirugía mayor para aplacar los males heredados y recurrió al endeudamiento, si bien entregó el poder con reservas en el Central mucho más importantes que las actuales. Como se indicó, Alberto Fernández va camino de batir todos los records en la materia.
Menuda tarea le queda a quien asuma en diciembre; se estima que por cada peso circulando va a recibir 3 pesos generando intereses. Si desde la oposición insinuaran alguna clase de canje compulsivo en caso de ser gobierno a partir del 10 de diciembre, a Massa se le va a complicar seriamente la chance de rolear la montaña de deuda que vence antes de esa fecha. Los mentideros dicen que algo de esto está en curso.