Argentina, el país de los remiendos
La acumulación de parches pronto se tornará inmanejable. A medida que se suman nuevos arreglos precarios se alejan las chances de una mejoría real. Quienes desembarquen en diciembre tendrán que ir por un camino diametralmente opuesto.
La acumulación de parches pronto se tornará inmanejable. A medida que se suman nuevos arreglos precarios se alejan las chances de una mejoría real. Quienes desembarquen en diciembre tendrán que ir por un camino diametralmente opuesto.
Los dos últimos periodos democráticos sembraron de lecciones el camino de quien llegue al poder en diciembre de este año. Tanto la Administración Macri como la de los Fernández dejaron en claro las consecuencias de no tomar el toro por las astas e ir hacia cambios de fondo, en el primer caso por haber elegido la gradualidad y en el segundo debido a los nubarrones ideológicos que envuelven al elenco gobernante.
La Argentina ha llegado a un estado de cosas que requiere un tratamiento intensivo de sus males. Eso se traduce en un plan de estabilización sin contemplaciones, reducir el peso del Estado, ir por una reforma laboral que genere trabajo, facilitar las inversiones y las exportaciones al costo que sea, hacer algo con un régimen monetario que ha llegado a su fin. Llevamos muchos años probando con el esquema opuesto -populismo sin planes, Estado sobredimensionado, gasto que no puede financiarse- sin resultados a la vista, lógicamente.
Hoy por hoy la sensación es de un proceso agotado, una agonía que se intentará prolongar hasta las elecciones, tapando agujeros a como dé lugar y buscando maquillar la realidad. Porque además no hay plafón político ni convicción ideológica para pegar el volantazo hacia algo disruptivo. Es lo que trasuntan un presidente apenas formal, la persona que realmente detenta el poder en la coalición y un conductor en la práctica que ha ido creando un mundo interminable de remiendos. Massa es lo más parecido a aquellos equilibristas chinos que tienen una larga mesa cargada de platitos que giran. Su misión se remite a evitar que empiecen a caer al piso y terminen rompiéndose.
El último acto de esta interminable maratón ha sido la recompra de deuda para "reducir el riesgo país", que en realidad solo buscaba tratar de contener la escapada de los dólares no oficiales. Movida cuestionada porque recurre a las escasas divisas del Central, esas que se necesitan para sostener las importaciones. Además, ninguna empresa va a mejorar su acceso al crédito por recortar en algunos puntos un riesgo país extra large. Todo indica que la cosa no funcionó demasiado.
Es que si bien Massa ha logrado encantar a un FMI que sigue desembolsando dinero, el flujo del billete estadounidense fronteras adentro vuelve a complicarse tras el final del último dólar soja. El campo y su industria vienen de hacer una contribución histórica, que parece haberse esfumado vaya uno a saber cómo. Y de acá en más el aporte se volverá flaco. Por eso sorprende que se quemen reservas escasas tras objetivos de dudosa factibilidad.
Mucho peor en medio de un mercado que no confía en el gobierno y que sabe que este año faltarán más de u$s 10000 millones debido a la seca. "La tendencia del blue es hacia el alza, especialmente en febrero, sencillamente porque no hay cambios de fondo", grafica un analista, que entiende que dada la cantidad de pesos dando vueltas el dólar implícito debería estar mucho más cerca de los $ 400, que no es demasiado si se actualiza por inflación.
La Fundación Libertad trae a cuento un conglomerado de infortunios: el Gobierno tiene una deuda de u$s 8.000 millones con los importadores y empresarios, los bonos emitidos por el Tesoro en pesos se tornaron impagables y la inflación de enero se proyecta en 6,3%.
El control de precios de la mano de Camioneros y muy probablemente un grupo grande de piqueteros cayó muy mal en el empresariado. La poco feliz idea ha resentido la relación con Massa, porque de algún modo crea la impresión de que son responsables de la suba de precios, y los entrega a un grupo de improvisados.
Consultatio identifica cinco desafíos para el ministro, comenzando desde luego por la seca en el campo y los dólares que ya no llegarán. Pero además está la deuda en pesos, en que cualquier avance demandará tiempo y sacrificio, y no será fácil refinanciarla más allá del primer trimestre de 2023. Los desafíos que imponen las metas con el FMI tampoco son tarea sencilla. El gobierno deberá llegar a fin de año con un déficit fiscal del 1,9% del PBI, ciertamente complicado para un grupo populista en un año electoral.
Se agrava el drama de los dólares necesarios para sostener las importaciones que mueven la producción de industrias de todo tipo. El faltante de divisas por la seca en el campo no preanuncia nada positivo en este sentido. Aunque puede haber algún ahorro en el gasto en energía, se cree que las reservas se verán presionadas por una demanda muy rígida, con el caudal de vencimientos en dólares como protagonista.
El panorama previo a las elecciones tampoco colabora. No aparece una figura en la oposición que predomine sobre el resto, por ende se hace difícil apostar a un sistema económico determinado.
En este contexto Massa sigue apelando a los remiendos. El dólar soja, la "ayuda" a tamberos, avicultores y criadores de cerdos, el programa para "garantizar" el abastecimiento de aceite ("propende a sostener en el mercado interno un precio razonable"), el hipercuestionado fideicomiso triguero, los Precios Justos. La lista sigue.
La deuda del Banco Centra es record y equivale a todo el déficit fiscal del gobierno. Los pasivos remunerados ya están arriba de los $10 billones, más o menos lo mismo que el agujero en las finanzas públicas en los últimos tres años. La promesa de más pesos en la economía es garantía de que la inflación no va a tener razones para regalarnos nuevas sorpresas a la baja.
En el medio de todo esto aparece la posibilidad de una moneda común con Brasil. Se vende el tema como la creación de un sucedáneo del euro, cuando sería no mucho más que una herramienta para ciertas transacciones bilaterales. Imposible avanzar más allá; la economía argentina es un desquicio al lado de la brasileña.
Todo lleva a pensar que el camino hacia diciembre será largo y tedioso. Aun con la mejor de las voluntades cuesta encontrar esperanzas. La Argentina es como un deportista de elite que acaba de enfermar, tiene ventajas comparativas únicas, y aguanta los embates. Pero todo tiene un límite.