Argentina, un país de comedia
Nada de lo que se observa parece ser verdadero. Los que están no están y prometen volver. Quien gobierna en realidad no lo hace. La intervención a los mercados altera toda equivalencia. Un escenario en el cual es imposible encaminar una economía a la deriva
Nada de lo que se observa parece ser verdadero. Los que están no están y prometen volver. Quien gobierna en realidad no lo hace. La intervención a los mercados altera toda equivalencia. Un escenario en el cual es imposible encaminar una economía a la deriva.
Es probable que ni siquiera Kafka o el gran García Márquez hubieran imaginado una historia tan bizarra. La Argentina se ha convertido en un país de ficción, donde nada parece estar en su lugar, empezando por sus máximas autoridades. Desde la propia coalición de gobierno se insiste en quitarle legitimidad real al titular del Ejecutivo, forzado una y otra vez a cambiar ministros muy a pesar suyo, instado en público a ponerse las pilas, y sindicado por laderos de quien detenta el poder dentro del Frente como un colado en el esquema, un ocupa, un mequetrefe despreciado por sus propios compañeros de ruta.
Ahora otra de las espadas predilectas de la vicepresidente define a Fernández y su gestión como "una pérdida de tiempo, un desperdicio de poder". Hace referencia a una concepción equivocada en cuanto al camino elegido para administrar la fortaleza generada por una victoria electoral, y denuncia dentro de su propio gobierno a un mandatario que considera rodeado de gente trabajando para asegurarse su cuota de poder el día después, con toda la gravedad que eso implica.
Dice además que la vicepresidente se "está haciendo cargo de la situación", al tiempo que ella asegura que volverá a ser gobierno cuando precisamente ese es el rol que ocupa actualmente. Después de tres años de ejercicio activo argumenta ser el cambio, lo nuevo.
En el contexto de un presidente vaciado de poder por su propia tropa, es imposible pretender una economía mínimamente ordenada. Los mejores economistas se esmeran en indicar una y otra vez que en el caso de la Argentina, un país presidencialista, de nada sirven los conocimientos más profundos si no se cuenta con liderazgo político. Recién a partir de allí se pueden construir esquemas sólidos, creíbles para los distintos actores del mercado. Y son fundamentales además las expectativas, que acaban direccionando el comportamiento de los distintos actores de la economía. Otro punto que por estos día hace agua, sin dudas.
Sería fantástico ir cambiando esta idea por otra en la cual las fuerzas políticas acordaran un esquema de eficiencia, orden, respeto por el gasto del Estado y otras medidas que no puedan alterarse cualquiera sea la apetencia de quien maneja el Ejecutivo. El sueño de terminar siendo algo parecido a Australia u Holanda, de recrear el Pacto de la Moncloa que impulsó a España, todos ejemplos en los que el rumbo está decidido y no hay lugar para volantazos ni caprichos personales. Una estructura que se encuentre por encima de los circunstanciales ocupantes de Balcarce 50, sea cual fuere su signo político.
En un país como la Argentina eso puede llevar décadas, si es que alguna vez se decide encarar el cambio. Mientras tanto hay que seguir buscando el mandatario fuerte, democrático y sensato que ponga en ruta la nave. Tarea titánica si las hay a la luz de la oferta disponible.
En el país falta un plan, un norte, metas creíbles. El abusivo intervencionismo ha alterado el necesario equilibro de precios. Nada está en el lugar en que debería estar. Nos vemos abrumados por las distorsiones, empezando por el tipo de cambio y los servicios, las protecciones a algunas actividades y el castigo permanente a otras.
La culpa no la tiene la guerra, la gente que viaja al exterior, el campo. En esta Argentina de fantasía encontrar chivos expiatorios se ha convertido en un deporte oficial. Algún día las riquezas naturales del país, el "nos salvamos con una cosecha", resultarán