El arte del bonsai
Como expresión artística o como hobby, cada vez más personas encuentran en esta técnica japonesa una forma de conectarse con la naturaleza.
El bonsai es el arte de equilibrar un árbol en una escala distinta, esto es, repartir las energías de ese árbol en un tamaño reducido. Los árboles cultivados con esta técnica tienen las mismas características y proporciones que un árbol en su estado natural: grosor de tronco, ramas, hojas, etc. “Se lo considera arte, porque cada uno dentro de su concepción estética trata de lograr expresión y belleza en su bonsai”, explica Alejandro Sartori, presidente del Centro Cultural Argentino del Bonsai, “Es arte vivo, así que se va transformando constantemente con el pasar del tiempo. Hay que ir acompañándolo y dedicarle tiempo”.
Este técnica es parte de la cultura milenaria oriental donde los árboles son venerados porque simbolizan la sabiduría. “A medida que van envejeciendo van tomando carácter y belleza. Se los respeta como a los ancianos, porque la sabiduría va de la mano con el tiempo de vida. A medida que pasa el tiempo el árbol se pone más lindo, más espectacular y su longevidad representa el nexo entre el hombre y el más allá”, agrega Sartori.
Cualquier especie arbórea es plausible de ser convertida en bonsai, ya que no son resultado de una manipulación genética, sino de técnicas que conducen su crecimiento. Los japoneses observaron las características que tomaban los árboles según dónde se encontraban y lo trasladaron a los estilos de bonsái. En un sotobosque los árboles tienen movimiento, en la base de una montaña están inclinados, también los hay con múltiples troncos, etc. Entre las diferentes formas, por ejemplo, está el Bonsái estilo vertical formal o Chokkan, que se observa en la naturaleza en lugares donde hay mucha luz y el árbol no se enfrenta a la competencia de otros árboles. El tronco recto debe mostrar claramente una conicidad; o sea, la parte inferior tiene que ser más gruesa que la parte superior. Las primeras ramas crecen a un cuarto de la altura del tronco, y una rama forma el ápice; por tanto, el tronco no es el punto más alto del árbol. Otro estilo es el escoba o Hokidachi, apto para árboles frondosos de hoja caduca con ramas finas. El tronco es recto y no llega hasta el ápice; la ramificación comienza a un tercio de la altura hacia todas las direcciones. Así se produce una copa en forma de bola. El Bonsái estilo cascada o Kengai lleva esa forma imitando al árbol que crece hacia abajo en un acantilado. Puede ser difícil obtener un crecimiento hacia abajo en los Bonsáis ya que tiene lugar en contra de la dirección natural, por eso se utilizan cuencos altos para este estilo. El tronco asciende una corta distancia para después doblarse sobre si mismo en dirección contraria. El ápice suele crecer por encima del tiesto, pero las ramas alternas crecen de un tronco que serpentea hacia abajo. Para mantener el equilibrio, estas ramas tienen que crecer horizontalmente para equilibrar el árbol. Otro Bonsái es el estilo barrido por el viento o Fukinagashi, que muestra la forma de los árboles que tienen todas las ramas y el tronco en una dirección, como si el viento soplara y azotase el árbol constantemente hacia un lado. Las ramas se alternan a la izquierda y a la derecha del tronco, pero al final todas se inclinan en una dirección. Hay más estilos que se pueden conseguir emulando las condiciones en las que viven sus pares en la naturaleza.
“Se puede hacer bonsái en casi cualquier planta, pero se buscan aquellas que obedezcan y que no sean complicadas, como algunos frutales. En ese caso, se buscan aquellos que tengan frutas y flores chicos, como los manzanos, naranjos, quinotos”, señala Sartori, también docente de Arte Bonsai, “Se procuran árboles que hagan buena corteza, con hojas chicas. Si se usan especies con hoja grande, como el gomero, la planta será más grande, como de 70 cm para que haya proporción”. Alejandro utiliza el iamadori, es decir, la extracción de plantas viejas en cualquier punto del país que tengan un estado calamitoso, por la nieve, o por los vientos. “Estas plantas vivieron un montón de cosas y las inclemencias le dieron un carácter especial”, señala.
El bonsaista busca aplicar técnicas para que el árbol parezca tener más años de los que tiene. A una planta nueva se le debe regalar una historia, que parezca que tiene cientos de años de vida. Su valor radica en los años aparentes, que es lo que logra un buen bonsaista. Una de las técnicas para lograr eso es el nebari: desarrollar un buen sistema de raíces, que sean radiales al tronco, y que el árbol tenga una proporción creíble, tanto de calibre de tronco como de cantidad de ramas y de copa.
Cómo se empieza
“Se empieza cultivando la paciencia y luego los bonsái”, sintetiza Sartori. Hay muchas formas de empezar a hacer el propio material: de semilla, de esqueje haciéndolo enraizar, con acodos aéreos que se sacan de otro árbol, o con plantas de vivero. “Se trabaja cualquier especie con ciertas técnicas para equilibrar la energía de ese árbol en una escala distinta: alambrado, poda, fertilización, para que esa estructura de árbol viva todo el tiempo que vive el árbol. En la naturaleza la planta hace su propia selección en los años de vida. Cuando tiene una rama mal ubicada y no puede hacer buena fotosíntesis, hace economía de savia a esa rama, la va abandonando y la deja morir. En el bonsái, esa ramita la puedo correr y dejarla en una posición que va a seguir viviendo todo el tiempo que viva el árbol”.
Se comienza con un hibai, una etapa de entrenamiento donde se usan recipientes de boca grande y de poca profundidad. Con eso se logran raíces paralelas al suelo, con la misma incidencia de oxígeno, de calor y de agua. Cuando la rama toma el calibre deseado, se la poda y se va armando la estructura de cada rama con las secundarias, y las terciarias, que son las que tendrán las hojas que armarán el árbol. En esta etapa se presta mucha atención al riego y a la fertilización. Se maneja con alambres y tutores hasta que llegue a la forma deseada. Se puede dejar una rama de sacrificio, que es aquella apical que hace ensanchar el tronco, porque cuando crece a lo largo, crece a lo ancho. Se le hace un acodo aéreo para que genere raíces, así cuando se la corta, se obtiene una nueva planta.
“Cuando ya estoy conforme con mi obra, elijo la maceta. La maceta es parte de la obra, va de acuerdo al estilo, si tiene flor, qué color, qué forma. Una vez colocada en la maceta, se merma la fertilización para que sea justa pero que no crezca desmedidamente. Se maneja el crecimiento de follaje con poda, y el crecimiento de raíces por selección para que no haya hacinamiento de raíces, porque la saturación hará que la planta deje de crecer”, continúa Sartori. La raíz pivotante, que es el anclaje del árbol, se corta y se ata el árbol con alambre a la maceta. Así se optimiza la superficie de la maceta para las raíces pilíferas que son las finitas que toman los nutrientes. Como mantenimiento se van seleccionando las raíces, se cambia parte del sustrato, poda y riego.
Estas macetas contienen puzolana, un sustrato volcánico que retiene agua, no compacta y drena bien, tres buenas características para el bonsái. La fertilización también es importante: en otoño se agrega fósforo y potasio, y en primavera. También se pueden agregar oligoelementos, ya sea con fertilización foliar o con fertirriego. “Es muy importante, porque tratamos que la planta esté lo más sana y lo más esplendorosa posible”, subraya el bonsaista.
“Hacer bonsái no es difícil, no es caro, y no hace falta mucho lugar, basta con una ventana, o un balcón”, concluye Sartori. Sólo hay que tener ganas y mucha paciencia para ver los resultados.