El mercado de granos ya no es lo que era
La oferta global definitivamente se ha diversificado. Todo es cada vez más competitivo y Estados Unidos pierde terreno frente a sus rivales. Sudamérica reclama un sitial que se ha ganado largamente.
La oferta global definitivamente se ha diversificado. Todo es cada vez más competitivo y Estados Unidos pierde terreno frente a sus rivales. Sudamérica reclama un sitial que se ha ganado largamente.
El proceso ha sido gradual, pero implacable. Al cabo de las últimas dos décadas el liderazgo en el negocio de los granos ha ido cambiando de manos. La tecnología y los avatares políticos terminaron catalizando la pérdida de poder de Estados Unidos como proveedor excluyente de cereales y oleaginosos al mundo, al punto que cada campaña se le hace menos sencillo colocar su producción en el resto del planeta.
Prácticamente ningún producto escapa a esta realidad. Y el escenario se ha complicado un poco más a partir del fenomenal crecimiento del dólar respecto de una canasta de monedas. La política agresiva de la Reserva Federal en su convicción de que el flagelo inflacionario debe cortarse de raíz, llevó a que la divisa creciera un 15-16% en el año respecto de sus pares más encumbrados, para disgusto del farmer. La cifra parece poco para nuestra realidad deformada, pero es una enormidad para el mundo civilizado. La caída del euro por debajo del dólar, la pérdida de poder adquisitivo del yuan o el yen eximen de mayores comentarios.
Pero más allá de la coyuntura monetaria, es arrollador el avance de algunas naciones emergentes, con herramientas del primer mundo y conocimientos que igualan a sus agricultores con los más avanzados del planeta. La nueva y maravillosa tecnología disponible va convirtiendo en productivos ambientes que hasta hace unas décadas no lo eran, sobre todo en manos de agroempresarios que han desarrollado su propio kow how. Y también potencia los rindes en los lotes preexistentes.
El otro gran cambio de los últimos veinte años vio la luz un tiempo después de la caída del Muro. Las naciones del Mar Negro se sacaron de encima el yugo colectivista, incorporaron tecnología y pasaron a ser referentes en trigo, girasol y en menor medida maíz. Los cambios en materia de rendimientos por hectárea fueron formidables y aún no han alcanzado un techo. Antes de la guerra, Rusia y Ucrania tenían el 30% del share comercial en trigo, y el 19% en maíz, además del 78% de los negocios con aceite de girasol y una elevada participación en colza y cebada. Desde luego, los dos perdieron con la contienda desatada por Putin en febrero de este año, pero no por eso Estados Unidos recuperó protagonismo.
El panorama granario ha cambiado definitivamente y no volverá a ser el que fue. Porque además en el medio surgió un comprador clave, que decide en alguna medida la suerte de los oferentes. Es China, claro. Granos como cebada o sorgo viven una primavera impensada, en tanto la soja depende más que ningún otro producto de las decisiones detrás de la Gran Muralla, al tiempo que trigo y maíz no desprecian los favores del gigante asiático.
El asunto es que el tablero se reacomodó y la taba no cayó del lado de Estados Unidos, que sospecha que salvo milagro la tendrá más complicada cada año. Porque además su relación con China no es la que era. Antes de Trump, los asiáticos llegaban al Midwest una o dos semanas antes de la cosecha, eran recibidos a cuerpo de rey y rubricaban un acuerdo que le aseguraba a Estados Unidos la colocación de muchos millones de toneladas de soja. De esto no queda absolutamente nada.
Respecto del poroto, Estados Unidos capitalizaba el 50% del comercio global a comienzos de siglo y hoy ha caído al 30%. Brasil definitivamente lo relegó a un segundo lugar, mientras sigue incorporando superficie y bajando costos logísticos, al punto que Mato Grosso ha igualado a Iowa en materia de gastos para llegar a China. El vecino rearmó los puertos del llamado Arco Norte y va convirtiendo al país en una densa red de ferrovías e hidrovías, en más de un caso al servicio de los chinos.
¿Y el maíz? A comienzos de los 2000 el país de las barras y las estrellas ostentaba el 65% del share en el negocio del cereal. Hoy no tiene mucho más del 30% del negocio exportador. Va por una cosecha de entre 350 y 360 millones de toneladas, nada del otro mundo, y sin embargo le está costando venderla fronteras afuera. El crecimiento de Brasil -a través de su safrinha, especialmente-, la Argentina y Ucrania le quitaron protagonismo de la mano de precios mucho más accesibles, que el comprador conoce y espera. Estados Unidos aún conserva el primer lugar en el podio, pero está cada vez más amenazado. De hecho los socios del Mercosur ya avisaron que les tomará solo unos años convertirse en los primeros exportadores mundiales de maíz.
Finalmente, para el comienzo de los 2000 Estados Unidos ostentaba el 40% del mercado global de trigo y de ahí en más aceleró su caída hasta el 14% del share. Los países del Mar Negro se quedaron con la parte del león de esta torta, aunque también Canadá y Australia reclamaron lo suyo.
El negocio ha diversificado oferentes y se ha vuelto muy competitivo. Estados Unidos sigue siendo un formidable originador de cereales y oleaginosos, pero ya no tiene la supremacía del pasado. En el medio está el debate acerca de Chicago y su representatividad, hoy deprimido porque los granos estadounidenses viene con problemas de demanda que muchos de sus competidores no tienen.