En aprietos
Al "cierre" virtual a las exportaciones se le suma una seca generalizada en las zonas ganaderas que aprieta los márgenes de las empresas
Habitualmente, una reseña sobre la situación del negocio ganadero suele abocarse a los precios de la hacienda, su tendencia y a los costos. Dado que hay actividad ganadera en todas las provincias argentinas -hasta en la Ciudad de Buenos Aires el Servicio Nacional de Sanidad Animal (SeNaSA) tiene registradas un par de vacas-, las problemáticas de mayor peso en la actividad suelen ser muy variadas.
Sin embargo, en este último tiempo hay una que describe la preocupación del productor mejor que los precios y costos: La Sequía.
Podemos considerar que casi todas las regiones ganaderas del país sufren algún grado de sequía: las provincias del NOA, Chaco, Norte de Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, La Pampa, San Luis y parte de Buenos Aires.
Una sequía indefectiblemente mermará los ingresos de un establecimiento ganadero. La falta de agua disminuye la producción de las pasturas, lo cual disminuye la producción de carne en el establecimiento. Esto producirá destetes de terneros más livianos y menores tasas de prenez en vacas y vaquillonas, o sea menos terneros el año siguiente. También se venderán más livianas las vacas que no queden preñadas lo cual no solo implica menos kilos, sino también precios inferiores, dado que las vacas flacas valen por kilo menos que las gordas.
En una sequía generalizada como la actual existe un efecto de baja adicional en el mercado, por el aumento en la oferta de terneros muy livianos y vacas conserva, que en años normales saldrían como terneros más pesados y vacas regulares o buenas.
Del mismo modo, una sequía indefectiblemente aumentará los egresos de un establecimiento ganadero. La compra de fardos, rollos, granos o cualquier alimento para la hacienda será superior en volumen a la de cualquier año normal. Claro que esta mayor demanda elevará los precios de las reservas, sobre todo en un área en la cual éstas son más escasas de lo habitual, por la misma sequía y deben ser traídas de otras zonas, con el lógico incremento del costo por fletes.
A lo anterior cabe sumar la mayor degradación que sufren las pasturas durante un período de sequía, por lo cual se reducirá su vida útil y, como consecuencia, aumentará su costo de amortización.
Agreguemos a esto el aumento del peso relativo en el balance que tienen impuestos y tasas cuando se pasa a producir menos en la misma superficie, mientras éstos permanecen constantes.
Finalmente, la menor producción de materia seca por hectárea aumenta el costo de confección de reservas (no es el mismo costo el de hacer 4 rollos de alfalfa en una hectárea que hacerlos en 5).
En este contexto de sequía, el mercado de hacienda de cría, espacialmente el de las vaquillonas preñadas, se mueve en valores inferiores a los del año pasado. Esto sucede parte por efecto de la sequía, parte por efecto de los malos precios de la invernada en estos últimos tiempos.
Los terneros de invernada, ya en el final de su oferta anual, se comercializan en valores levemente superiores a los del año pasado, luego de venderse durante buena parte del año por debajo de ellos. El efecto de la sequía puede verse en la menor recuperación del precio de los terneros livianos frente a los novillitos para invernar.
En cuanto a la hacienda gorda, la sequía se hace evidente en el precio de las vacas: Las gordas con aumentos de precio interanuales que duplican los de las regulares y conservas.
En cuanto a los consumos especiales, el incremento de precio anual es aproximadamente la mitad de la inflación estimada por consultoras privadas, lo cual se traduce en una pérdida de poder de compra al rededor del 10%.
La inflación general no difiere demasiado del aumento de los costos del sector ganadero. Combustibles, sueldos, agroquímicos y semillas han copiado en más o en menos valores los aumentos de precios del resto de la economía o, para verlo de otro modo, la pérdida del valor del peso frente a bienes y servicios.
La situación de flojos precios y devaluación del peso frente al dólar, apenas logró reactivar las exportaciones que crecieron casi un 9% pero representan solamente el 7% de lo producido, en un contexto en el cual todos nuestros competidores alcanzan volumenes exportados récord. Al perder peso el mercado exportador, el peso promedio de faena ha bajado 2% en el último año, dado que éste es el único que demanda novillos pesados. Esto, implica que se harán menos kilos de carne con la misma cantidad de terneros.
Cerrada la exportación, mediante retenciones, registros de exportación (ROE), cupos y carnes para "la barata", el mercado interno cuenta con un 10% más de carne de vaca que el año pasado. Si, a pesar de esto, no se ha sentido el efecto en las carnicerías, es porque fletes, sueldos, energía y demás costos de la cadena han crecido al ritmo inflacionario.
Mientras tanto, la faena de hembras sigue creciendo y se ubica en un 42.5% mientras se faena un 16.6% del stock total, un 2% más que el año pasado. Ambos indicadores presagian un menor crecimiento del rodeo o, directamente, la entrada a un nuevo ciclo de liquidación de hacienda.
Dado que esta situación sectorial es producto de las políticas aplicadas, y que no hay razones para pensar que serán cambiadas en los próximos dos años, sólo queda esperar que llueva. Mientras tanto, veremos las economías del interior del interior sufrir un poco más.